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22 feb 2012

GITANOS EN EL MUNDO


  
LOS OLVIDADOS  DE LA   TIERRA  SANTA.


 

Gaza/Palestina

 
  Llovía, el ruido de los truenos y el resplandor de los relámpagos iluminaban la habitación. La lluvia caía incesantemente. 
  
  Se sentía el ruido del agua al caer en las vasijas que habían puesto debajo de cada hueco del techo. La chabola, con sus cartones y  plásticos, parecía venirse abajo.

  Ella jadeaba, entre una contracción y otra. Luchaba por esa criatura que quería ver la luz de la vida.

  - Tengo una punzada muy fuerte en el vientre.- le decía a su marido - no le siento mover dentro de mí.

  - Todo saldrá bien- le decía él  mientras mantenía una de sus manos entre las suyas infundiéndole un valor que ni siquiera conocía en aquellos momentos. 

  – La Negra está por llegar, es solo cuestión de tiempo.

    Pasaban las horas, Saray casi gritaba. Su voz salía al exterior con un extraño sonido metálico.  La mandíbula le temblaba y todo su cuerpo se retorcía del dolor. 

   Aquella noche prometía ser muy larga y dolorosa y ella lo sabía. Pero debía seguir luchando por aquella criatura.

   La Negra era la que atendía todos los partos en aquel grupo de chabolas perdido en la penumbra, debajo de  truenos y rayos. No era gitana pero sí  la esperanza de cada uno de los que vivían en aquellas  chabolas insalubres.

   La Negra era la curandera, no terminó la carrera de medicina. Estudió mientras sus padres vivían. Luego los perdió en un accidente de tránsito. Más tarde, se quedó en la calle. No tenía para vivir y la casa se la quedó el Banco por impago de la hipoteca.

   Una noche llegó a la chabola. Todos la recibieron como una más. Nunca fue excluida. La aceptaron en la familia. De esto hace mucho tiempo, tanto que los primeros niños que ayudó a venir al mundo ya hacían lo que todos; recolectar  la chatarra en  los  basureros, comprar y vender enseres y cacharros.  
  
   La Negra iba en camino a la chabola, casi corría debajo de aquel chaparrón de agua. Sus pies, acostumbrados a esos caminos, se hundían en el barro sin que a ella le interesara.  Llevaba un solo objetivo. – Tengo que llegar a tiempo y salvar la criatura.- se decía.  Ya sabía que venía de pie.

  - Caprichos del destino, llegar a este mundo de pie significa  prosperidad. ¡Y con los tiempos que corren!  – No sé qué pasará con esta pobre familia.- Si no tienen para dar de comer a cuatro niños. Me imagino uno más.

  Sus pensamientos se cortaron al ver, a través del  resplandor de uno de los  relámpagos,  la chabola de Saray y apuró mas el paso.

  Al entrar, en  la puerta, a un lado de la pequeña habitación estaba la abuela, una anciana postrada en una silla con la mirada ausente. No se enteraba de nada.

  La Negra entró directamente donde estaba la chica. Lo que debía ser la cama, era un amasijo de ropas viejas tiradas en el suelo . La sangre  cubría parte de sus piernas, ya flácidas y sin movimiento alguno. Su cara pálida dibujaba el más total desamparo. Todo estaba  en silencio, la mujer se había desmayado. Ya no sufría. No gritaba.

  El hombre,  arrodillado a su lado,  parecía rezar algo incoherente mientras su mano seguía aferrado a la de su mujer.

  La  Negra comenzó su ritual habitual. Por desgracia ya estaba acostumbrada a estas situaciones. La lluvia había dejado de caer y  ella seguía en su labor bajo la única luz que tenían;  la de un pedazo  de vela en un rincón.  

  - Y  se fue en busca de la luz- se le oyó al padre balbucear mientras se incorporaba.

A medianoche, con el resplandor de la luna, se ve  un hombre  correr. Lloraba mientras se dirigía a la ciudad…
                                                                  ¿Culpable de  su desgracia?

 



“Se conoce que en estos momentos hay  más de 1500 gitanos que viven en  Jerusalén,   otros tantos en Cisjordania y unos 7.000 en Gaza.  Se calcula que hay 2.800 más residiendo en  campos de refugiados palestinos, en Jordania en condiciones infrahumanas.”  





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