LOS OLVIDADOS DE LA TIERRA SANTA.
Gaza/Palestina
Llovía, el ruido de los truenos y el resplandor de los relámpagos iluminaban la habitación. La lluvia caía incesantemente.
Se sentía el
ruido del agua al caer en las vasijas que habían puesto debajo de cada hueco
del techo. La chabola, con sus cartones y plásticos, parecía venirse
abajo.
Ella jadeaba, entre una contracción y otra. Luchaba por esa criatura que quería ver la luz de la vida.
- Tengo una punzada muy fuerte en el vientre.- le decía a su marido - no le siento mover dentro de mí.
- Todo saldrá bien- le decía él mientras mantenía una de sus manos entre las suyas infundiéndole un valor que ni siquiera conocía en aquellos momentos.
– La Negra está por llegar, es solo cuestión de tiempo.
Pasaban las horas, Saray casi gritaba. Su voz salía al exterior con un extraño sonido metálico. La mandíbula le temblaba y todo su cuerpo se retorcía del dolor.
Aquella noche prometía ser muy larga y dolorosa y ella lo sabía. Pero debía seguir luchando por aquella criatura.
La Negra era la que atendía todos los partos en aquel grupo de chabolas perdido en la penumbra, debajo de truenos y rayos. No era gitana pero sí la esperanza de cada uno de los que vivían en aquellas chabolas insalubres.
La Negra era la curandera, no terminó la carrera de medicina. Estudió mientras sus padres vivían. Luego los perdió en un accidente de tránsito. Más tarde, se quedó en la calle. No tenía para vivir y la casa se la quedó el Banco por impago de la hipoteca.
Una noche llegó a la chabola. Todos la recibieron como una más. Nunca fue excluida. La aceptaron en la familia. De esto hace mucho tiempo, tanto que los primeros niños que ayudó a venir al mundo ya hacían lo que todos; recolectar la chatarra en los basureros, comprar y vender enseres y cacharros.
La Negra iba en camino a la chabola, casi corría debajo de aquel chaparrón de agua. Sus pies, acostumbrados a esos caminos, se hundían en el barro sin que a ella le interesara. Llevaba un solo objetivo. – Tengo que llegar a tiempo y salvar la criatura.- se decía. Ya sabía que venía de pie.
- Caprichos del destino, llegar a este mundo de pie significa prosperidad. ¡Y con los tiempos que corren! – No sé qué pasará con esta pobre familia.- Si no tienen para dar de comer a cuatro niños. Me imagino uno más.
Sus pensamientos se cortaron al ver, a través del resplandor de uno de los relámpagos, la chabola de Saray y apuró mas el paso.
Al entrar, en la puerta, a un lado de la pequeña habitación estaba la abuela, una anciana postrada en una silla con la mirada ausente. No se enteraba de nada.
La Negra entró directamente donde estaba la chica. Lo que debía ser la cama, era un amasijo de ropas viejas tiradas en el suelo . La sangre cubría parte de sus piernas, ya flácidas y sin movimiento alguno. Su cara pálida dibujaba el más total desamparo. Todo estaba en silencio, la mujer se había desmayado. Ya no sufría. No gritaba.
El hombre, arrodillado a su lado, parecía rezar algo incoherente mientras su mano seguía aferrado a la de su mujer.
La Negra comenzó su ritual habitual. Por desgracia ya estaba acostumbrada a estas situaciones. La lluvia había dejado de caer y ella seguía en su labor bajo la única luz que tenían; la de un pedazo de vela en un rincón.
- Y se fue en busca de la luz- se le oyó al padre balbucear mientras se incorporaba.
A medianoche, con el resplandor de la luna, se ve un hombre correr. Lloraba mientras se dirigía a la ciudad…
¿Culpable de su desgracia?
Ella jadeaba, entre una contracción y otra. Luchaba por esa criatura que quería ver la luz de la vida.
- Tengo una punzada muy fuerte en el vientre.- le decía a su marido - no le siento mover dentro de mí.
- Todo saldrá bien- le decía él mientras mantenía una de sus manos entre las suyas infundiéndole un valor que ni siquiera conocía en aquellos momentos.
– La Negra está por llegar, es solo cuestión de tiempo.
Pasaban las horas, Saray casi gritaba. Su voz salía al exterior con un extraño sonido metálico. La mandíbula le temblaba y todo su cuerpo se retorcía del dolor.
Aquella noche prometía ser muy larga y dolorosa y ella lo sabía. Pero debía seguir luchando por aquella criatura.
La Negra era la que atendía todos los partos en aquel grupo de chabolas perdido en la penumbra, debajo de truenos y rayos. No era gitana pero sí la esperanza de cada uno de los que vivían en aquellas chabolas insalubres.
La Negra era la curandera, no terminó la carrera de medicina. Estudió mientras sus padres vivían. Luego los perdió en un accidente de tránsito. Más tarde, se quedó en la calle. No tenía para vivir y la casa se la quedó el Banco por impago de la hipoteca.
Una noche llegó a la chabola. Todos la recibieron como una más. Nunca fue excluida. La aceptaron en la familia. De esto hace mucho tiempo, tanto que los primeros niños que ayudó a venir al mundo ya hacían lo que todos; recolectar la chatarra en los basureros, comprar y vender enseres y cacharros.
La Negra iba en camino a la chabola, casi corría debajo de aquel chaparrón de agua. Sus pies, acostumbrados a esos caminos, se hundían en el barro sin que a ella le interesara. Llevaba un solo objetivo. – Tengo que llegar a tiempo y salvar la criatura.- se decía. Ya sabía que venía de pie.
- Caprichos del destino, llegar a este mundo de pie significa prosperidad. ¡Y con los tiempos que corren! – No sé qué pasará con esta pobre familia.- Si no tienen para dar de comer a cuatro niños. Me imagino uno más.
Sus pensamientos se cortaron al ver, a través del resplandor de uno de los relámpagos, la chabola de Saray y apuró mas el paso.
Al entrar, en la puerta, a un lado de la pequeña habitación estaba la abuela, una anciana postrada en una silla con la mirada ausente. No se enteraba de nada.
La Negra entró directamente donde estaba la chica. Lo que debía ser la cama, era un amasijo de ropas viejas tiradas en el suelo . La sangre cubría parte de sus piernas, ya flácidas y sin movimiento alguno. Su cara pálida dibujaba el más total desamparo. Todo estaba en silencio, la mujer se había desmayado. Ya no sufría. No gritaba.
El hombre, arrodillado a su lado, parecía rezar algo incoherente mientras su mano seguía aferrado a la de su mujer.
La Negra comenzó su ritual habitual. Por desgracia ya estaba acostumbrada a estas situaciones. La lluvia había dejado de caer y ella seguía en su labor bajo la única luz que tenían; la de un pedazo de vela en un rincón.
- Y se fue en busca de la luz- se le oyó al padre balbucear mientras se incorporaba.
A medianoche, con el resplandor de la luna, se ve un hombre correr. Lloraba mientras se dirigía a la ciudad…
¿Culpable de su desgracia?
|
“Se conoce que en estos momentos hay más de 1500 gitanos que viven en Jerusalén, otros tantos en Cisjordania y unos 7.000 en Gaza. Se calcula que hay 2.800 más residiendo en campos de refugiados palestinos, en Jordania en condiciones infrahumanas.”
*Muchas de las imágenes que ven en este
blog son tomadas de Internet. Si alguna de ellas está protegida por Derecho de
Autor, por favor comuníquemelo y las quitaré inmediatamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes dejarlo en tu lengua natal.
Gracias. Gelois/